miércoles, 30 de octubre de 2013

"Un rayito de..."

Luego de pensar un tiempo sobre mis experiencias en las prácticas pedagógicas, recordé con mucha claridad a una nena en particular de una sala de dos años, SOL.
Sol, es una de las niñas mas grandes, llegaba al jardín acompañada, como la mayoría de los niños, por su mamá y en ocasiones por su papá.
El mes que compartí  las mañanas en la sala Sol ingresaba llorando, su mamá o papá se retiraban luego de acompañarla hasta la puerta de la sala, y su llanto crecía a pasos agigantados.
Durante el momento de ingreso, Sol solía tirarse al piso boca abajo mientras lloraba de manera tal que generaba en mí una sensación de angustia e incertidumbre al no poder decodificar sensiblemente el producto que causaba su llanto.
Generalmente cuando esto sucedía  sus compañeros acostumbraban a acercarse a Sol, algunos tocándola y otros permanecían observándola.
 Se ve claramente cómo los niños, reconocen cierta angustia y sentimientos de tristeza en otro par y responden empáticamente a esa aflicción, interesándose por su estado sensible. Muestran, además, atención, curiosidad y comprensión de la causa de la angustia.
Lejos de poner palabras, afectividad y disposición corporal a esta situación que parece incluir a todo el grupo de niños, las docentes se limitaban a decir “Basta Sol”  “Ya está” “Sol, veni a sentarte”, continuando con la jornada como si nada estuviese sucediendo con esa pequeña.
En ocasiones, las docentes solían tomar su chupete y colocárselo como diciendo “Basta”, el llanto de la niña disminuía lentamente por unos instantes y, al cabo de unos minutos estaba llorando nuevamente.
Pero Sol… ¿Realmente quería su chupete? ¿Esa era la causa de su llanto? Considero que no, ¿Habrán reparado en ello sus docentes?.
Es acá cuando pienso que la escucha y la observación activa cobran un rol protagónico en el Jardín Maternal. La escucha permite recibir la palabra del otro y darle un lugar en el pensamiento; la observación atenta buscando la mirada para comunicarse, tratando de interpretar qué necesita, permite comprender y ayudar al otro. Sin embargo, en aquella sala, la falta de algunas de estas estrategias  docentes conllevaba a una interpretación simplista de la situación, lo que imposibilitaba percibir con claridad qué le pasaba o necesitaba Sol.
Puedo evocar numerosas ocasiones y momentos en los que Sol lloraba desconsoladamente y su llanto era ignorado por los adultos que estaban a su cargo. Momento en donde las acciones de las docentes, que debían ser significativas para el proceso de constitución de la subjetividad, eran inadecuadas. Por entonces me preocupaba que la falta de una mirada atenta y comprometida sumado a una fuerte ausencia de contención afectiva en el vínculo pedagógico, se hubiesen naturalizado en la cotidianeidad escolar, siendo el llanto de Sol parte de las jornadas diarias. ¿Se podrá de esta manera otorgar calidad significativa a las experiencias de los niños de manera fortuita?.
Sabemos, que la  falta de contención afectiva o la expresión de una actitud indiferente ante situaciones escolares como las mencionadas,  puede ocasionar en los niños la transmisión de sentimientos de desconfianza hacia el mundo, por lo que me resulta imposible dejar de pensar en la  baja o nula disponibilidad corporal y afectiva que se observa en algunas docentes del nivel.
Si comprendemos la importancia de atender la dimensión ética-emocional- social en el jardín maternal podremos asumir con convicción unas de las formas de enseñar propias del nivel, como lo es “participar en expresiones mutuas de afecto”.  Esto supone entender al cuerpo del docente como un sostén afectivo, que abraza y expresa su afecto estableciendo un vínculo amoroso, de contención y seguridad.
Recuerdo que una de las situaciones que me causó un gran dolor fue un momento en el que Sol llorando, se acercó a mí y me abrazó larga y fuertemente. Como cualquier otra persona -creo- hubiese hecho en mi lugar, respondí a su abrazo con la misma intensidad afectiva dándole además un beso y acariciándola. No sabía si ello la iba a tranquilizar pero desde mi lugar buscaba construir un vínculo de confianza y de apego, intentando comprender sus emocionesAhora bien, si reconocemos al jardín maternal como una institución educativa es muy importante que asuma su responsabilidad pedagógica, acunando y haciendo efectivos los derechos de los niños/as. ¿Por qué digo esto? Porque todo niño/a tiene Derecho a crear lazos de afectos con otras personas, disfrutar de ellos, y desarrollar sus emociones. Sin embargo, este derecho se vulneraba frecuentemente en la relación de Sol con sus maestras.
Así fue como la abrace por un largo rato y su llanto comenzó a cesar paulatinamente. Esto me produjo un sentimiento esperanzador de poder generar gradualmente una cercanía afectiva con Sol. Sin embargo, minutos más tarde,  se aproximó  la docente auxiliar y me dijo: “Cuando se te acerque otra vez Sol déjala sola  porque si no se acostumbra…. y no tiene que llorar mas”.
Este diálogo me generó una gran incomodidad y perplejidad, no supe qué responder y sólo me limité a asentir con la cabeza. Sin duda, fue una situación que me descolocó porque no podía imaginarme qué hacer si Sol venía en busca de los únicos brazos docentes disponibles y responder a su necesidad de afecto y contención desde el rechazo.
En varias ocasiones leí distintos autores que enfatizan con solvencia académica, la importancia del afecto, el acompañamiento, la seguridad, la confianza y el apego en las prácticas de enseñanza en el Jardín Maternal como organizadores básicos y protectores que favorecen la construcción subjetiva de los niños, por lo que entiendo que este pedido que las docentes me hacían era infundado.
 Con el avance de mis prácticas, advertí que Sol ya era vista como aquella niña que boicoteaba con su llanto las actividades y que de algún modo: con chupete, con indiferencia o con imposición de un ¡Basta! había que silenciar, también se le adjudicaba cierta cuota de responsabilidad en los conflictos que se generaban entre sus compañeros sin siquiera haber sido observada, escuchándose así exclamaciones tales como “¡Ay ay, seguro fue Sol!”.
Hoy a la distancia de aquella vivencia, reflexiono acerca de algunos contextos educativos donde los sentimientos de los bebés y niños/as no son respetados ni tenidos en cuenta por los adultos que asumen su cuidado, donde algunas maestras con una actitud apática, insensible y/o poco reflexiva  favorecen la construcción de sentimientos de desconfianza, de inseguridad, de descalificación, de desvalorización hacia sí mismo, hacia los demás y hacia el mundo. Y considero que estas cuestiones no son menores si comprendemos que el otro, desde la gratificación o la frustración, la aceptación o el rechazo, nos sostiene, nos condiciona y, a su vez, cada uno de sus actos son portadores de un orden social que contiene y determina ese vínculo.
En los primeros años de vida, es crucial favorecer un desarrollo emocional equilibrado a través de un clima afectivo armonioso y estable, el cual permita la expresión y canalización de conflictos. Por esta razón, la maestra que se desempeña en el jardín maternal debe constituirse como persona clave, como una figura de sostén. Pudiendo de esta manera, atender las individualidades de cada niño, ir  conociéndolo y supervisando su atención. Es esta maestra constituida como “persona clave”, la que debe entablar vínculos afectivos con los niños, brindarle tiempos de escucha, y desarrollar en ellos la confianza en sus propias posibilidades. La cercanía afectiva entre la persona clave y los niños, garantiza  relaciones estrechas de contención, conocimiento mutuo, y cuidado.  Es necesario conjugar la intencionalidad pedagógica con la contención maternante, a partir de sensibilizar nuestra escucha hacia los niños.
Y si bien sé que hay muchas “Sol” que nos esperan con los brazos abiertos, también entiendo que es imprescindible detenernos a mirar con ojos críticos estas escenas cotidianas porque  todos los docentes dedicados a la educación inicial debemos atender con compromiso y profesionalidad la dimensión emocional- afectiva-ética,  la cual ha de iluminar–como el Sol- con ternura y sensibilidad toda la vida subjetiva del niño en su experiencia escolar.



1 comentario:

  1. Me resulta muy interesante esta historia que contas de Sol, ya que como docente, también me encuentro con situaciones similiares, en las que algunas compañeras pretenden únicamente "callar" el llanto de los niños utilizando su chupete o pidiéndoles que hagan silencio, sin más que eso. Lo que a mi también me produce una sensación de rechazo, en relación a la actitud de estas docentes; por la razón que trato de acercarme a al niño que esta llorando y tratar de calmar su llanto con abrazos. Resulta evidente que siempre esta actitud logra mejores resultados que decirles: "basta, ya esta", "deja de llorar, ya pasó".
    Estando los niños en edades tan tempranas (estoy en sala de deambuladores 2) necesitan constantemente ese vínculo afectivo que al no estar los padres durante todas esas horas que ellos transitan en la institución, nos corresponde a las docentes ofrecérselo.

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